©2025, El escarabajo dorado. Todos los derechos reservados.
Miguel Angel Marchan Huaman
Capítulo 3
La sala estaba vacía. Los huéspedes y mi madre estaban fuera de la vista. Sin tanta gente, el lugar se veía muy amplio.
Solo estábamos Sofía y yo, sentadas en unos sillones rojos bastante cómodos. En medio de ambas había un tablero de Monopolio. Las dos jugábamos en modo competitivo, como siempre. Todas las propiedades tenían casas y hoteles. A simple vista era imposible determinar quien estaba ganando y quién estaba perdiendo.
—Me toca — dijo Sofía. Tomó los dados y los agitó un par de veces. Los arrojó, pero estos no tocaron el tablero. Se quedaron suspendidos en el aire. Sofia también estaba congelada, en un estado de perpetua alegría.
La pared que tenía al frente se rompió como si fuera vidrio. Pude ver a una criatura muy familiar. Era el escarabajo dorado de ojos azules y patas afiladas. Era enorme, solo su cabeza reemplazaba la pared destruida.
—Tú — dijo el escarabajo y me señaló. Su voz era la más hermosa que había escuchado en mi vida.
Me señalé a mi misma con una expresión bobalicona, ¿De que otra forma tendría que reaccionar al ver a un animal enorme hablándome y señalándome? El escarabajo se rio de mí.
—No deberías estar jugando con el enemigo.
—¿Sofía es mi enemiga? Claro que no. Sofía es mi prima y mi mejor amiga.
—No lo es. Yo soy tu mejor amigo. Soy tu Dios.
Era verdad.
—Tú eres mi dios — me incliné —. Por favor perdóname por poner tu palabra en duda. Estoy dispuesta a dar la vida por ti.
Besé el suelo. Ahora entiendo porque mi madre nos decía que nos limpiemos los pies. El piso tenía barro.
—Esa chica que está ahí — señaló a la Sofía congelada con su pata articulada — quiere alejarme de ti. Mira.
El escarabajo se redujo de tamaño para poder entrar en la sala. Para mí seguía siendo imponente y glorioso, su cabeza tocaba el techo. Su panza se abrió en dos revelando una pantalla de televisión.
“Un escarabajo gigante con un televisor en la panza. Eso es algo que no se ve todos los días”, pensé.
No había señal. Solo se veía escarchas.
El escarabajo movió sus antenas hasta que la imagen se aclaró.
Veía mi habitación desde el techo. Yo estaba echada en mi cama con el rostro hinchado y un conocimiento que nunca existió. Seguía viva y respirando, aunque lo hacía con dificultad. Unas gotas de sangre volaron de mi nariz lastimada para manchar mis mejillas enrojecidas. De Sofía solo podía ver su trasero y sus pies. El resto de su cuerpo se encontraba debajo de la cama.
—Ella quiere encontrarme, si lo hace nos separará. ¿Tú no quieres eso, verdad?
—Por supuesto que no — respondí con convicción.
—¿Sabes qué hacer cuando la veas?
Asentí como una niña buena que contesta todas sus preguntas a la maestra.
—Hagamos una prueba — me dijo con un tono malicioso.
Un bate de baseball apareció en mis manos. Lo apreté tanto que mis dedos enrojecieron, comenzaron a sangrar. Sofía estaba parada frente a mi, seguía congelada. Sin pensarlo le di un golpe con todas mis fuerzas en la punta de la cabeza, su cráneo se partió en dos. Si me acercaba lo suficiente podría ver su cerebro.
Su cuerpo cayó de espaldas. Seguí golpeándola hasta que me cansé. El segundo golpe rompió su nariz; el tercero hizo que uno de sus ojos saliera de su órbita; el cuarto destrozó la mitad de sus dientes.
No solo me conforme con la cara. También la golpee en el pecho, en las piernas y los brazos.
Cuando terminé su rostro estaba tan desfigurado que ni siquiera sus padres podrían reconocerla. El bate temblaba en mis manos, que estaban manchadas de sangre, al igual que mi rostro.
El escarabajo vio el espectáculo comiendo un balde de palomitas de maíz. Me ofreció un poco, lo rechacé. No podría comer nada ni aunque quisiera. El insecto gigante comenzó a aplaudir. Se puso de pie sin dejar de hacerlo.
Mis ojos se llenaron de lágrimas. Mi dios estaba contento, y yo también.
—Ya estás lista Carol — su pata tocaba mi hombro. Hablaba como un padre orgulloso.
—¿Lista para que?
—Para recuperarme — me respondió con paciencia acariciando mi cabello —. Recupérame ahora — ordenó.
—Si señor.
Desperté.
Lo primero que sentí fue un dolor de cabeza mortal. Veía estrellas por partida doble: en el techo y en mi cabeza. Mi prima estaba buscando. Estaba buscando algo, pero no estaba segura qué.
Por suerte mi prima estaba ahí para ayudarme con la respuesta.
—¿Dónde está ese maldito escarabajo?
Se había metido más adentro, solo podía ver sus pies sobresalir de la cama. Sofía había perdido todo interés en mi, lo único que le importaba era el escarabajo.
Perfecto.
Aproveché esta oportunidad para salir de la cama sin que se diera cuenta. Abrí el primer cajón de mi cómoda y busqué entre mis cosas. Había varios lápices afilados, un cúter, un compás y un plátano. Saqué el compás y el cúter, quería también el plátano pero ya no tenía más manos. Será para después.
Me puse de cuclillas frente a los pies de mi prima. Sofía usaba unos calcetines verdes con rombitos negros.
Una cruel idea pasó por mi cabeza. Con la punta del compás pinché la planta del pie de Sofía. Ella me respondió con una patada en la cara. Eso bastó para que la idea se fuera a mil kilómetros de mi cabeza. Revisé mi nariz, el caño de sangre se había abierto.
Sofía se arrastró hasta que sus pies estuvieron fuera de mi alcance. Salió por el otro lado de la cama.
—Maldita sea, ¿Tú otra vez? — Sofía miró su pie lastimado. Había un puntito tan diminuto que era casi invisible al ojo humano —. ¿Con que quieres hacerte la chistosa, eh? Veamos quién se ríe cuando termines a dos metros bajo tierra, dónde perteneces.
Sofía saltó a la cama y caminó con dificultad hacia mí. Me acerqué para atacarla con mis dos armas. Sofia me detuvo con una patada en el pecho que me hizo caer de culo al suelo. Mi prima sacó un foco de la lámpara y lo rompió golpeándolo contra la cómoda.
—¿Qué es eso? — le pregunté señalándola a la derecha.
—¿Qué cosa, hormiga con síndrome de Down?
La empujé hasta que cayó echada en la cama. Traté de atacarla de nuevo, pero ella me lo impidió con otra patada. Sofia se puso de pie en la cama, yo también subí, tuve que hacerlo despacio. Sofia sonreía, tenía la victoria en sus manos.
—¿Unas últimas palabras? Lo pregunto porque pienso ponerte un calcetín usado en la boca antes de rebanarte el pescuezo.
El compás se resbaló de mis manos. Levanté el cúter; Sofía me lo quitó de un manotazo. Lo arrojó lejos.
Glup. Fue lo único que dije. De haber tenido más tiempo hubiera dicho: “debí haberme comido ese plátano”.
—Eso basta para mí.
Con la velocidad de Flash (puede que un poco más rápido), Sofía me puso la mano en la cara y la presionó con fuerza; uno de sus dedos estaba peligrosamente cerca de mi ojo. Me obligó a mirar hacia arriba dejando mi cuello al descubierto.
Sentí como uno de los picos del foco pinchaba mi garganta.
—No te preocupes. Voy a hacer las cosas bien y para hacerlas bien — comenzó a reírse — tengo que hacerlas lentaaaaameeeente.
La puerta se abrió salvándonos a las dos (a mi y a mi pescuezo). Era mi madre. Sofía bajó el foco roto de mi cuello y acercó su rostro al mío.
—Si le dices algo te mato.
—Tú vas a matarme de todos modos — me defendí.
—Me tardaré horas.
—Entiendo.
Mi madre Carolina se acercó con los brazos cruzados. Mi madre y yo compartíamos el nombre, pero ella me llamaba Carol para diferenciarnos. Ella vio mi rostro lastimado (con diferentes tonalidades de morado) y puso su mano en la boca para ahogar un grito.
Vio que ambas teníamos armas en las manos (yo tenía un lápiz con la punta afilada. Pensaba usarlo en cualquier momento).
—Niñas, ¿Qué está pasando aquí?
Si había algo en lo que yo era muy buena, aparte de preparar panecillos de avena, era que sabía aprovechar las oportunidades. Y esta era de oro puro. Sé que Sofía me lo advirtió, pero ahora mismo no podía hacer nada.
Si le cuento todo a mi madre, todo lo que Sofía me hizo bastará para que la ponga en una caja, la envuelva en papel periódico y la envíe a Estados Unidos, donde viven sus padres.
—Verás mamá…
Mi madre no me prestaba atención, no nos miraba a ninguna de los dos a los ojos. Esto no era justo. Yo estaba apunto de soltar el discurso de mi vida. Incluso iba a llorar. Del suelo se escapaba un brillito. Era el escarabajo dorado.
—¿Qué es esto? — preguntó mi madre. Lo recogió y lo puso en el bolsillo de su delantal. Cerró el cierre alejándolo por completo de mis manos.
—Es mío — repliqué.
—¿Tuyo? — se quejó Sofía. Me dio un empujón tan fuerte que hizo que me cayera de la cama y me golpeara la cabeza.
—¿Viste lo que hizo mamá? — pregunté con lágrimas genuinas. El golpe me había dolido mucho.
Mi madre tenía el rostro de piedra. Nada de lo que estaba viendo le importaba en lo más mínimo. Se dirigió a la puerta, antes de salir volteó la cabeza y nos dijo:
—Basta de juegos. A dormir.
Cerró la puerta y le echó llave. Sofia saltó de la cama; yo me moví como un anciano, corriendo mientras me frotaba la espalda. Las dos golpeamos la puerta con fuerza. No recibimos respuesta alguna.
Carolina bajó al primer piso, sostenía el escarabajo en sus manos. No dejaba de mirarlo, su sonrisa se hacía más grande con solo ver el brillo.
—Disculpe señora.
Carolina se alarmó y puso el escarabajo de regreso a su bolsillo. Era Rick.
—¿Está todo bien señora? Escuchamos unos ruidos muy raros.
—Todo está bien — respondió Carolina, tosió un poco para esconder su nerviosismo. Miraba a Rick con un desdén oculto, quería que la dejara en paz para que ella pudiera encerrarse en una de las habitaciones para contemplar el escarabajo sola.
—Que bueno, ya me estaba preocupando.
—No hay nada de que preocuparse. Siga durmiendo que ya es tarde. Voy a mandar a los demás huéspedes a dormir.
—Buenas noches.
Carolina le deseó las buenas noches, este cerró la puerta. Carolina no se percató (ni le importó) que Rick no se encontraba en su habitación. Se metió al cuarto de la señora Ysma.
Rick se sentó entre Catalina y la señora Ysma. Los tres estaban sentados en la cama formando un círculo.
—La madre tiene el escarabajo — dijo Rick con una expresión sombría.
—Yo quería que la niña fuera la responsable de la matanza — dijo la señora Ysma decepcionada.
—No importa quien la inicie. El punto es que todos van a estar muertos en unas horas – aclaró Rick.
—¿Eso quiere decir que no vamos a ir al hotel Sheraton de Lima? — preguntó Catalina. Era la segunda decepcionada del grupo.
—No, vamos a tener que hacer el ritual aquí — respondió la señora Ysma.
—Yo quería nadar en la piscina. Este lugar es un basurero. No hay agua caliente — se quejó Catalina.
—Estas no son vacaciones — le recordó su pareja.
Catalina tenía un cigarro entre sus labios. Jugaba con el moviéndolo con su lengua de un lado hacia otro. Quería fumarlo con ganas, pero había un letrero en una de las paredes que decía: “Prohibido fumar”.
—Si quieres fumar adelante — dijo la señora Ysma —. La única persona que puede impedírtelo está embobada por el escarabajo y en unas horas va a morir, al igual que todos.
Rick le alcanzó el bolso sin que ella se lo pida. Ella lo abrió, las voces regresaron para pedir ayuda. Los tres las ignoraron. La señora Ysma metió la mano y sacó una cajetilla de cigarrillos, solo quedaba uno.
—Mañana tienes que comprar más — le dijo a Rick.
Rick le encendió el cigarrillo, también hizo lo mismo con Catalina. Las dos fumaron con placer. Rick no sabía que le veían a los cigarrillos, tampoco quería averiguarlo. La señora Ysma comenzó a toser con fuerza, podría expulsar un pulmón en cualquier momento. Rick le entregó un billete de cien soles para que se limpiara la boca. Tiró el pañuelo valioso dentro del bolso.
—Que asco — dijeron las voces dentro del bolso en coro —. No vuelva a hacer eso, cochina.
—Cállense.
Catalina siguió fumando su cigarrillo, expulsó el humo hacia arriba.
—¿Cuánto nos falta para completar la cifra? — preguntó una Catalina más relajada. Todo gracias al cigarrillo.
—Unas siete personas más o menos.
—Creo que este viaje lo cubre — comentó Rick.
—Este será nuestro último viaje. Pronto el hambre de cien almas del escarabajo estará satisfecha y será libre.
—¿Nos cumplirá nuestros deseos, no es así?
—Un deseo para cada uno — aclaró la señora Ysma.
Los tres miraron al techo, cada uno tenía un deseo en mente. Rick quería mucho dinero, tanto que podría llenar una piscina y nadar entre miles de billetes de cien soles; Catalina quería poder volar, no le importaba el dinero. Ella era muy idealista al respecto; y la señora Ysma se imaginaba a si misma, pero con veinticinco años, en un cuerpo que jamás envejecerá.
—Todos tienen que estar muertos antes de la medianoche para hacer el ritual — dijo la señora Ysma.
—¿Y si eso no ocurre? — preguntó Catalina con un nerviosismo renacido.
—Si eso no ocurre yo les daré una ayudita.
Rick puso su mochila en el centro de la cama, la abrió y todos vieron su contenido. Varias armas.
—Esto le dará más sabor a la fiesta — dijo Rick dándole palmadas a la mochila.
—No olvides que nosotros no debemos intervenir. No podemos matar a nadie, ellos se tienen que matar entre si bajo la influencia del escarabajo.
—Yo solo le alcanzaré un arma a quien me lo pida. ¿Necesitas una escopeta para volarle la cabeza a tu hija? Aquí tienes, pero me la devuelves completa.
Los tres se rieron del oscuro chiste de Rick . Se agarraron de las manos, la señora Ysma sacó de su bolso un escarabajo más grande. Azul y no brillaba. Lo puso en el centro de la cama. El trío se puso a rezar en silencio, usando unas palabras difíciles de entender.
—Por el escarabajo — dijeron los tres en coro.
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