La pequeña guerra de Margot Capítulo 7
La pequeña guerra de Margot
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Miguel Angel Marchan Huaman
Capítulo 7
UNO
Margot jamás se le pasó por la cabeza todo lo que era capaz de hacer el casco. Ella pensaba que todo era tan fácil. Solo tenía que derrotar al enemigo o morir. Eso bastaba para volver a su realidad.
Tenía que presionar nuevamente el botón rojo y comenzar de nuevo.
Eso era suficiente para satisfacerla.
Margot se encontraba en un bosque que jamás había visto, con unas hojas tan negras que no parecían naturales. El cielo era oscuro a más no poder. Lo único que podía ver era la silueta de algunos árboles.
Margot se puso en guardia y sacó su espada. Apenas lo hizo una flecha vino a toda velocidad y cortó su mano como si fuera mantequilla; una le clavó en el ojo y cómo quinientas en el pecho.
Margot cayó muerta.
No regresó a casa.
DIEZ
Margot miraba a todas partes con temor. El o los enemigos podían estar en cualquier parte. Dio el primer paso.
Y el último.
Una explosión destrozó la mitad de su cuerpo. Era una mina. Un objeto de amplísima destrucción que Margot jamás había visto en su vida. Ella conocía las explosiones, pero esto era distinto.
La mitad de Margot quedó destruida y la otra mitad, la consciente, esperaba la muerte.
Esperó cinco días hasta que su cuerpo no pudo más.
CUARENTA Y CINCO
Margot se vio rodeada de diez hombres de gruesas armaduras.
—Por fin un enemigo decente — se dijo a sí misma.
Aunque le cortó la cabeza a uno de los leones que la atacaron. No pudo contra la manada de cincuenta felinos hambrientos.
Margot corrió hacia uno de los soldados enemigos con su espada. Lo golpeó con toda su fuerza. La espada se hizo añicos. El soldado la empujó hasta golpearla contra una pared.
Otro soldado sostenía una pala enorme y plana. Era tan grande que podría cavar una tumba en menos de un minuto. Apuntó la pala a la cabeza de Margot.
Corrió a toda velocidad y la decapitó.
CIENTO CINCO
Margot estaba sentada en una silla metálica con un casco que apenas cubría su cabeza. La guerrera usaba un mono naranja y tenía la cabeza afeitada. El casco y la silla estaban conectados a un generador gigante. Un hombre de sotana y un guardia la acompañaban.
El guardia la llamó y la acusó de la muerte de más de 500 personas.
—Su sentencia es la muerte. ¿Tiene unas últimas palabras?
Margot quiso decir algo. El guardia la ignoró y jaló la palanca. Varios voltios de electricidad quemaron su cuerpo.
No le habían puesto una esponja mojada.
CIENTO VEINTISIETE
Margot estaba echada en una cama metálica. El frío recorría todo su cuerpo. Su única compañía era una mujer vestida de blanco. Ella dijo su nombre completo, edad, peso y estatura.
—¿Causa de muerte? Eso lo vamos a averiguar.
Con un bisturí en la mano, la mujer comenzó a cortar. Margot gritó de dolor; nadie la escuchó. Esas fueron las seis horas más largas de su vida.
Todos sus órganos estaban fuera de su cuerpo y ella seguía consciente.
DOSCIENTOS TRES
Margot luchaba contra una criatura que le era muy difícil de describir. Tenía escamas y una gran boca. Cuando abrió su boca, Margot vio una infinidad de ojos que no dejaban de mirarla con hambre.
La criatura se comió su cara.
DOSCIENTOS QUINCE
Los muertos vivientes se acercaban a Margot. Ella clavó la espada contra el suelo y se decapitó a si misma con ella.
«No podrán matarme si yo muero primero», pensó.
La cabeza seguía consciente, al igual que el cuerpo. Los muertos vivientes se devoraron el cuerpo y dejaron la cabeza para el final.
TRESCIENTOS UNO
Los pantalones de Margot estaban bañados de orina. Sus piernas no dejaban de temblar y la espada se le hacía más pesada que de costumbre. El cielo era azul y el paisaje, hermoso.
—¿Cuál es el truco? — preguntó Margot. Esta era una pregunta de la que Margot no quería saber la respuesta.
Un terremoto la hizo caer de trasero al suelo. La montaña que estaba al frente se partió en dos y un hombre gigante de cien metros salió de los escombros. Su único ojo se enfocaba en la mujer temblorosa.
—¡Yo soy Glort! — exclamó. Su grito hizo que todos los pájaros abandonaran sus nidos en un radio de cincuenta kilómetros.
Margot se esforzaba en recoger su espada. No podía.
—Por favor se gentil — suplicó.
Si lo fue.
Pulverizó su cuerpo con su puño. Cuando lo retiró, Margot se había convertido en una masa rojiza de huesos y órganos.
Fue una muerte mucho más rápida que las anteriores.
Y aún faltaban 999,699.
Zazz arrastró una banca cerca de su asiento para acomodar sus pies. Necesitaba la posición más cómoda para disfrutar el espectáculo.
Margot no dejaba de convulsionar. Se podían ver restos de lágrimas saliendo debajo del casco y sangre en su nariz. La herida en su estómago seguía abierta y se estaba formando pus a su alrededor.
Margot hablaba. La mayoría de sus palabras eran súplicas.
—Con cien muertes bastan para volver loco al guerrero más sanguinario y ella va más de cuatrocientos.
Casi quinientos.
Zazz tenía mucho interés en cómo quedaría Margot después de haber experimentado un millón de muertes violentas. De lo que si estaba seguro era que no habría una “Margot” en ese cuerpo. Lo único que quedaría sería un cascarón vacío. Un cúmulo de recuerdos y traumas falsos opacarían su verdadera personalidad e identidad.
—Alguien con quien puedo hacer lo que quiera — dijo Zazz complacido —. Esto es mejor que todos los bebés muertos del país.
Zazz se preguntó qué pasaría si Margot despertara de esta larguísima pesadilla sin brazos ni piernas. ¿Cómo reaccionaría?
Zazz quería averiguarlo.
—¿Y si la llevo conmigo? Siempre quise una mascota fácil de domesticar. Si, eso voy a hacer.
El estómago de Zazz comenzó a rugir. El tanto pensar en cómo destruir la vida de Margot le estaba dando hambre. Miró a la cosa recostada y no se preocupó. Ella no iba a ir a ningún lado en las próximas horas.
Zazz se levantó del sillón y se dirigió a la cocina.
—Espero que haya algo que valga la pena en esa deprimente cocina.
La puerta de la entrada se abrió con sigilo y entró una persona. Vio a una mujer con un casco muy feo que convulsionaba. Tenía los pantalones llenos de orina.
La persona se enfocó en el enorme botón rojo: OFF.
Lo presionó.