La pequeña guerra de Margot Capítulo 3
La pequeña guerra de Margot
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Miguel Angel Marchan Huaman
Capítulo 3
Para evitar perder la cabeza, Margot consiguió dos trabajos. Por las mañanas trabajaba en una panadería; por las tardes, limpiando casas. Lo que sea para matar el tiempo. El problema del dinero estaba más que resuelto, el exceso de horas libres, no.
No funcionaba. Los días se le hacían demasiado largos. De cincuenta horas.
Margot se planteaba el hacerse mercenaria. Ella no era la única con una crisis tras haber acabado la guerra. Otros soldados optaban por la carrera de mercenario, aceptando trabajos de todo tipo. Desde traficante hasta asesino a sueldo.
Margot descartó la idea de inmediato. La vida criminal no era lo suyo. No había honor en ese estilo de vida.
Probó con ser vigilante.
Si iba a saciar su sed de sangre, que sea con la sangre de un criminal, ¿no?
Margot no quería salvar la ciudad de Starland. El crimen era uno de los problemas más grandes de la ciudad que el rey Jonathan se había propuesto a resolver. Aún no había empezado. Lo que más quería Margot era satisfacer sus deseos de combate antes de perder la cabeza.
El primer día fue el último.
Margot decidió “Salvar” a una mujer que había regresado del funeral de su padre. Un ladrón le cubrió la boca y la arrastró a un callejón oscuro. Con un cuchillo que olía a pescado, el ladrón le ordenó que le diera todo lo que tuviera de valor.
—Date prisa o te rebanaré el pescuezo.
—Deberías trabajar — dijo Margot desde las sombras. Sacó su espada. Sintió un tintineo en su espalda cuando lo hizo —. Yo tengo dos trabajos y aún así tengo tiempo para darte una paliza.
Margot corrió con la espada levantada en dirección al ladrón y su víctima. Cortó y apuñaló. Solo se detuvo cuando una mano tocó su hombro. Era el ladrón.
—Espero que uno de tus trabajos sea el de carnicera — le comentó en delincuente.
Margot entendió a qué se refería. La mujer del vestido funerario estaba partida en dos partes iguales, con sus tripas de por medio.
Margot palideció, retrocedió hasta pisar una cáscara de plátano. Se resbaló y cayó entre la basura. Vomitó dos veces.
El ladrón apuñaló a Margot en el estómago.
—Todos cometemos errores — le dijo el ladrón con la intención de calmarla —. Y otros, como yo, aprendemos de los errores de los demás.
El ladrón tenía pensado apuñalarla veinte veces más. Tenía un impedimento, Margot. La guerrera de Starland agarró su mano; le rompió cuatro dedos; se quitó el cuchillo con la facilidad con la que uno se quita una astilla, ella había luchado con heridas más profundas; y se lo clavó en la garganta.
Margot se quedó sentada en la basura. Esperando a que muriera. Por suerte no se tardó mucho. Le quitó el dinero que tenía y se fue corriendo.
Margot regresó a casa y se curó la herida, no era muy profunda. Esta era una cicatriz de guerra que no la enorgullecía.
—La próxima vez voy a traer una armadura — se hizo una nota mental.
No hubo una segunda vez. La noche siguiente comenzó a tejer.
Luego de su jornada de doce horas de trabajo, Margot se dedicaba a tejer suéteres de todos los colores hasta casi entrada la mañana. Una de las primeras cosas que le enseñaron en la academia era a prescindir del sueño.
«Si el enemigo no duerme. Nosotros tampoco».
Una noche a las dos de la mañana, Margot se miraba al espejo. Vestía una falda verde y uno de sus suéteres. Este era negro con varias estrellas y un león de tres cabezas en el centro. Todos sus suéteres tenían un león de tres cabezas en su pecho. El símbolo de Starland.
Margot donaba la mayoría de sus prendas a los más pobres y las demás se las enviaba a su hija.
Su larga cabellera rubia estaba desordenada. Margot estaba tan deprimida como para hacerse la cola de caballo. Se frotó los ojos y vio a alguien diferente en su reflejo.
Alguien más respetable.
Vio a una guerrera que vestía una armadura con un león de tres cabezas y con el cabello recogido.
Se volvió a frotar los ojos y su reflejo real regresó.
—Creo que estoy empezando a delirar.
Unos fuertes golpes a la puerta la hicieron saltar; sacó una daga y la mantuvo en su pecho. Margot vestía un cinturón lleno de dagas y cuchillos. Cargar una espada todos los días a todas horas se podía volver muy incómodo.
Los golpes persistieron.
Margot le quitó el seguro a su puerta. Esta se abrió y la golpeó en la cara.
El hombre rubio entró a su casa sin invitación.
Pobre Margot, no pega una. Me gustan los giros inesperados de esta historia.
La frase "Lo que sea para matar el tiempo" me parece que la pinta a la perfección.
Saludos!